Thursday, November 29, 2007

El apenÍNDICE

En este número encontrará

El monstruo de ojos rotos
de Yoel Villa (-03)

Algunas proposiciones
de Ana Lucía De Bastos (-VIII)

Claro que te parecías
de Henli Rahn (-2001)

Apendicitas
de Néstor Bérmudez (-360)

Dnang Pahn
de Miguel Hidalgo Prince (-1984)

Antes que el muro se desplome
de Mario Morenza (-11)

Pánico
de Dayana Fraile (-07)

Texto indefenso
de Hensli Rahn (-2001)

Apendibistrot
de Annabel Petit (-80) / Rotsem Zambrano (Invitado)

Invitado:
Adriana Bertorrelli

El monstruo de ojos rotos

Vence la noche al fin, y triunfa mudo
el silencio, aunque breve, del ruido.
Góngora

Eran las seis de la tarde y aún el inmenso sol de agosto luchaba por no apagarse. , dije yo, mientras me tocaba los talones. Voy. Cuando entré, mamá tristana estaba sentada a la mesa como quien mira el cielo caerse: tenía la mirada fea, de bruja, como me decía el abuelo cada vez que nos ponía esa cara de araña espantosa.

¿Sabes la hora que es?, me dijo mamá tristana mirándome fijamente a los ojos con su feroz mirada de bruja rompecielo. Ni pienses que te mandas solo, mijito. En ese instante de ciento un años, sus ojos y los míos se miraron rabiosamente aturdidos, como queriendo caerse a puños durante otros ciento un años más. En cuanto regrese… tú y yo arreglaremos cuentas…

¿Quién sabía lo del monstruo roto, aparte de mí? La tía nana, tal vez. En todo caso, si ella sospechaba de mí era por dos razones: o bien porque sabía que hoy me fui muy temprano a la escuela, o bien porque ayer me acosté apenas pasó lo que pasó. Eso pensaba. Aunque a decir verdad, si sospechaba de mí era, simple y llanamente, porque como buena nana se la pasa todo el día metida en la casa viéndolo todo, oyendo hasta las agujas caer.

Anocheció, y a cada paso un susto y otro y otro. Estaba justo ahí mamá tristana, a punto de llegar, siempre a punto de llegar. Sin querer, la imaginé convertida en un monstruo feo y repugnante que se comía la casa conmigo adentro. También la imaginé entrando a la casa como una arpía rabiosa, con ganas de romperme la piel a pedazos, como si yo fuera un monigote de papel. Sin embargo, al cabo de los minutos, me decía a mí mismo que no, (que nunca jamás), que mamá tristana no sabía nada. Estaba asustado de verla entrar por la puerta y que me gritara al oído palabras horribles de fuera de mi casa, manos de tientaculo. Apenas y respiraba. Miraba hacia afuera y respiraba. Y todo pasaba sin pasar nada, sin ruido ni tiempo: de vez en cuando era la puerta de la casa haciéndose añicos en el silencio de la noche y el desprendimiento casi imperceptible del rojo y el añil de las paredes y el cielo.

En ese preciso instante de tiempo no era yo recostado a la madera, sino otro. El espejo, tal vez. El cuadro gris con un niño azul pintando. El monstruo roto, pedazos de cosas haciéndose y deshaciéndose infinitamente. De pronto mamá tristana llegó con la noche encima. Y yo, yo estaba justo allí como un rostro azul en la pared, escondido tras otros tres rostros azules. Casi me caí para atrás, cuando se me acercó y me dijo… no sé, no sé que me dijo... Lo único que sé es que ella me veía con ojos de ira y que yo, entre dientes y palabras, me comía gustoso sus labios y sus ojos, victorioso de nuestra guerra de miradas enfurecidas. Aunque la mayoría de las veces era yo el que la miraba a los ojos: me veía justo allí convertido en un malabarista de circo intentando atrapar aquel monstruo de ojos rotos que caía y caía hasta seis veces al suelo desde la repisa.

El silencio era de miles de años en el tiempo. Luego, un murmullo ensordecido: una voz afuera gritaba a los cuatro vientos algo incomprensible: eso veo, un hombre apuñalado acostado sobre un largo tronco sin ramas. Cosas así traía la noche bajo el brazo. Lloré, sin querer. La veía allí y me sentía preso del miedo, castigado para siempre entre aquellas paredes rotas, azules; castigado sin la tarde, sin la prima Empusa haciendo su telaraña de mil hilos apenas calentaba el sol todas las mañanas todos los días sobre los árboles y el tendedero.

A veces pensaba en la voz de mamá como en una voz vieja, casi olvidada no te quites los zapatos, pues andando así, descalzo, nunca podrás caminar bien como todo el mundo. No te toques esa herida, o se te abrirá más. Casi había olvidado lo que me decía siempre. Aún así la herida me dolía de vez en cuando, aún sin pensar en ella. Ese es tu talón de Aquiles, azorazur.

El abuelo entró a la cocina pálido de ira. Su voz se oía por sobre la voz de mamá tristana y la de la tía nana juntas. Los veía pelearse a regañadientes, pero en verdad nadie decía nada: oía sus voces entre montones de ruidos y silencios finamente entretejidos. Los veía por la rendija de la puerta.

(De repente imaginé al abuelo como un cascarón viejo, seco y cayendo a pedazos al suelo, como si también él fuera un monstruo de ojos rotos)

El abuelo no paraba de gritar: gritaba cosas feas sobre lo que vendría. Otras veces gritaba cosas sobre mí y me decía vete de aquí, azorazur, y cada vez que me lo decía yo presentía que eso haría algún día, me iría para siempre, aunque nunca me iba del todo: estaría siempre allí junto a mamá tristana encerrado, preso, a centímetros de las paredes, como si fuera una mosca pegada a su telaraña.

Luego de gritarse, el abuelo salió y se fue. En tanto, mamá tristana como siempre se fue a su cuarto a encerrarse y a llorar. Solo la tía nana se quedó conmigo y me dio pan y manzanas. Callaba como por callar, como por rabia. Entonces me dio pan y se fue a la cama. No así el abuelo. Quien al rato entró a la cocina y me dijo: ¿Por qué tan pálido, manos de tientaculo? ¿Piensas que alguien por ahí te va a venir a pegar? Sí, dije yo, asustado. ¿Y ese alguien te ha pegado alguna vez acaso? Entonces quita ya esa cara de grillo asustao. El abuelo se echó a reír como si en verdad nada hubiera pasado. Si te pega, procura que no te pegue en los ojos, mi pequeño azorazur. Piensa mejor en portarte bien y ya.

Había salido sin sangre ni heridas de entre los brazos de la Empusa. Me sentía contento y con ganas de echarme a reír yo también. Entonces recordé lo mucho que me gustaba a mí salir corriendo al patio a abrazar al abuelo. Y así lo hice esta vez: corrí muy rápido hasta su cuarto y justo allí entre sus ojos, entre sus párpados, dos pequeñas pepitas de añil.

Hice silencio. Dormí.

-Yoel Villa -(03)
Conoce más sobre el bizarro mundo de Cascaralavieja en:
http://cascaralavieja.blogspot.com/



Algunas proposiciones

Cerca de Sabana Grande, por el Beco de Chacaíto, hay un árbol que Kael me hizo notar porque estaba lleno de pájaros. Es un árbol ruidoso, que está rascándose todo el tiempo, temblando, con escalofríos. Las personas pasan a su lado como si nada, pero Kael acudió a su llamado y me lo mostró un día que caminábamos por ahí. A la salida de mi trabajo actual, por la Avenida Méneres de Porto, en Portugal, hay una calle que tiene al menos cuatro de esos árboles, uno al lado del otro. Es una calle sin comercios, donde lo único que se oye al transitar por ella es el trino de los árboles. Cuando encontré este poema de Ruy Belo (que a continuación les copio, leo y traduzco) pensé en ese árbol de Caracas, árbol de pájaros, y también en los de la Avenida Méneres, árvores de pássaros. Me di a la tarea de traducírselos y de anotar lo que trabajar con dos lenguas nos puede llevar a pensar. O me llevó a pensar a mí.

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Algumas proposições com pássaros e árvores que o poeta remata com uma
referência ao coração

Os pássaros nascem na ponta das árvores
As árvores que eu vejo em vez de fruto dão pássaros
Os pássaros são o fruto mais vivo das árvores
Os pássaros começam onde as árvores acabam
Os pássaros fazem cantar as árvores
Ao chegar aos pássaros as árvores engrossam movimentam-se
deixam o reino vegetal para passar a pertencer ao reino animal
Como pássaros poisam as folhas na terra
quando o outono desce veladamente sobre os campos
Gostaria de dizer que os pássaros emanam das árvores
mas deixo essa forma de dizer ao romancista
é complicada e não se dá bem na poesia
não foi ainda isolada da filosofia
Eu amo as árvores principalmente as que dão pássaros
Quem é que lá os pendura nos ramos?
De quem é a mão a inúmera mão?
Eu passo e muda-se-me o coração

Algunas proposiciones con pájaros y árboles que el poeta remata con una referencia al corazón

Los pájaros nacen en la punta de los árboles
Los árboles que yo veo en vez de fruto dan pájaros
Los pájaros son el fruto más vivo de los árboles
Los pájaros comienzan donde los árboles terminan
Los pájaros hacen cantar a los árboles
Al llegar a los pájaros los árboles aumentan se mueven
dejan el reino vegetal para pasar a pertenecer al reino animal
Como pájaros posan las hojas en la tierra
cuando el otoño desciende veladamente sobre los campos
Me gustaría decir que los pájaros emanan de los árboles
pero dejo esa forma de decir al novelista
es complicada y no se da bien en poesía
no fue todavía aislada de la filosofía
Yo amo los árboles principalmente los que dan pájaros
¿Quién es que los cuelga allá?
¿De quién es la mano la innumera mano?
Yo paso y se me cambia el corazón.

Como ven, las dos lenguas no son tan distintas. Si leen uno al lado del otro podrían fácilmente ver cuál palabra sustituye a cuál otra. Parecen apenas sinónimos desconocidos, que llevamos en la punta de la lengua pero que olvidamos en nuestro propio diccionario. El orden de las frases en portugués no es idéntica a la que usamos en español, pero tampoco es radicalmente diferente, por lo que a veces parecen apenas giros metafóricos de un narrador que lee mucha poesía.

Así, a la flojera y pereza se le suma la preguiça y aunque no existe en portugués "invitar" usan también "convidar". A veces se trata de escoger la raíz latina que permaneció en ambas lenguas, pues alguna de las dos perdió su sinónimo o lo dejó de usar con el tiempo. Por ejemplo, sé por Werther que la palabra cuita fue comúnmente usada en el español, pero al menos en Caracas no hablamos de cuitas cuando estamos tristes, mucho menos de penas, que son las que nos hacen sonrojar. En portugués, en cambio, un pobrecito es un coitado, y más exactamente un coitadinho. Entonces somos convidados y no invitados, vamos con o sin preguiça y comprimentamos a todos al llegar. Coitadinhos aquellos que se quedaron en casa.

También está el caso en que dos palabras existen en ambos idiomas, pero su uso común es alterado. Por ejemplo, bailar y danzar. En Venezuela danzan las bailarinas y hay danza contemporánea y clásica; aquí en Portugal el bailado es clásico o contemporáneo y dançam las personas en las discotecas. El plomero que reparó la tubería de la cocina de mi
casa, vivió de niño en Caracas, y la recordaba como la ciudad donde"as pessoas dançaban nas calçadas" es decir, bailaban en las aceras, (también recordaba que había jugos en todas las esquinas, heladeros, edificios muy altos con ascensores y televisores con control remoto.) Agrego entonces: en Venezuela bailamos en todos lados, pero el lugar más común para la danza son los teatros y los festivales.

Visto así, el juego entre las dos lenguas es de adición, de expansión o en último caso, de selección múltiple. El problema comienza cuando -como pasa en millones de situaciones- una misma palabra, con el mismo sonido e incluso la misma manera de escribirse, significa algo completamente diferente. El procedimiento que se da es el contrario. En vez de acrecentarle nombres a una realidad, la caja vacía de las palabras viene rellena con otra cosa. Y aquí no siempre es válido sumar, sino mejor intercambiar, sacar una cosa por otra. Así, chatear no es hablar tonterías por msn, sino fastidiar, y por lo tanto si alguien es chato no estamos refiriéndonos a su nariz, sino a que es un fastidioso, y una persona mayor no es más vieja sino más alta. Si alguien se va a exprimir no le va a sacar agua a la ropa mojada retorciéndola, sino que va a tratar de explicarse. (Imagen: una garganta apretada con fuerza hasta que le sale el agua clara que comunica.)

Pero no todo es así. Hasta aquí he dicho sólo aproximaciones. Aprender otra lengua, es aprender otro universo, es intentar aprehenderlo, y no siempre es tan fácil.
Quizá nunca lo conseguimos del todo, o hasta que de verdad dançemos en vez de bailar, y comprimentemos a las personas, con todo lo que es implica, en vez de saludarlas. No es lo mismo la saudade, como tantas veces se ha dicho, que el extrañar simplemente o el tener nostalgia, pues todas caben en el portugués y sin embargo, mi abuelo probablemente sentía saudades de su tierra mientras que yo añoro a Caracas. Si Pessoa dijo que su patria era la lengua portuguesa, yo puedo decir lo mismo, pero ni siquiera la lengua española. Es la lengua de Caracas, la lengua particular que se habla en mi casa con
los añadidos de los cambios ticos y portugueses, es la jerga de mis amigos, el uso del adjetivo "fétido" para alguien que no huele mal, sino que no nos cae bien; y la palabra "fino" cada vez que algo nos gusta, nos divierte, nos alegra; es el intercambio de la ps en vez de la x (Alepsis por Alexis) porque así nos enseñó Mario, etc. Si algo he sentido al estar rodeada de una nueva lengua es que estamos hechos de las propias palabras, pero más áun, de las palabras propias. Que cada quien se construye a sí mismo frente a los otros según lo que dice y cómo lo dice, lo que cuenta y deja de contar, y que crecer en el español no es sólo sentir en español sino una existencia en el español, nadar en sus aguas siendo agua de ella. Cuando aún no aprendemos a existir en otro idioma, sino que sólo lo hablamos, lo entendemos, lo dominamos, apenas estamos hablando en aproximaciones.

Annabel me dijo que cuando por fin el idioma portugués se me metiera dentro podría decir cosas que antes no conocía. Que éste destaparía nuevas partes. Y creo que es la única manera; de lo contrario, traducirnos en portugués, en alemán o en chino, es traicionar nuestras palpitaciones profundas. Cuando ya sentimos una pulsión nueva por dentro, ya estamos también latiendo en otro idioma, y probablemente nos habremos expandido. El poema de as árvores, (que son femeninas en portugués, cosa que cambia todo) me acercó a los árboles en Chacaíto, árboles que bailan, que toman jugos y que se cansan de veranear. Y así también me señaló los de la calle más fría, oscura y solitaria. Parece que el idioma de los árboles son los pájaros, y que lograron decirme a mí, a Kael y a Rui Belo, en portugués y en español, más o menos lo mismo. Los árboles de pájaros son también árboles de canto, de poesía y palabras, y al pasar por ellos, al atravesar y sentir una lengua de ramas y raíz, no podemos evitar que nos cambie el corazón.

Ana Lucía De Bastos -(VIII)
Visita Subiendo Palabras, recién inaugurado y genuino blog
con una extraña combinación de política y traducciones,
aunque éstas, como dice su autora, sean incoherentes.



Claro que te parecías

Marianne y la boca pintada de rojo. Se había puesto en los ojos pestañas largas, enchumbadas en rimel. Pobre Marianne, con un lunar falso en la mejilla izquierda, y el vestido blanco inmaculado. Los hombres la miraban de reojo como una vergüenza ambulante. Marianne iba despacio, encima de esos tacones que descubrían sus pies. Los muchachos la veían por detrás, pero el viento no levantaba su falda. Bonita Marianne de cabellos largos y amarillos. ¿Me veo bien? Por supuesto, pequeñita, por supuesto. Y claro que te pareces, pero tu rostro es distinto; tus ojos, claros, verdes, verdísimos. Si no pronuncio tu nombre correctamente es porque suena presumido: Marianne, Marianne. Tan plácidamente insegura, titilando dentro del tiempo, tantos años después de muerta. ¿Por qué te has disfrazado así? Siempre te dijeron que eras perfecta, pero sabías que no era cierto. Algunos te dijimos cualquier cosa para llevarte a casa y ponerte sobre la repisa, como un objeto de valor encontrado en el naufragio diario. Vas al lado del buque embotellado, que es también un suvenir, como la torrecita Eiffel envejecida.
Pero en aquella fiesta del día de los muertos había espectros menores, zombis pálidos, dráculas risibles. Nada me preparó para verla así, ni si quiera la noche. Daba vueltas entre los fantasmas. Como siempre, brillando, incluso en el nocturno infinito de los aparecidos. Marianne, que arreglaste una risa fácil como un escudo de caracol. Nadie quiso astillarte las pupilas. ¿Por qué te has cambiado el nombre? Es sólo que las fiestas te ponen nerviosa, ¿no es cierto? Yo la había invitado a la fiesta. Los muchachos querían divertirse. Pensé en ella intensamente y la llamé enseguida. Vente linda, te estamos esperando, no somos nada sin ti.
Marianne llegó de Marilyn y los fantasmas aullaron. Su piel era un hielo. Niña chiquita, nunca ingenua, resbalada en el alcohol oscuro de mi cuarto. Los muchachos querían tocarte también, tú lo sabías. Primero yo, les dije, váyanse de aquí. Entonces me tragué la escarcha de su maquillaje. Por supuesto que te pareces a Marilyn, idéntica en el afiche de mi clóset; The seven year itch, cinemascope, 20th Century Fox, en la que actúas junto a Tom Ewell; donde tu falda vuela y la contienes, pero me dejas ver un trozo de tu braga, también blanca, yo te observo desde el otro lado de las letras rotuladas con un sombrero y un flux marrón, con las manos en los bolsillos. La elegancia que se esfumaba en la colcha de la habitación, con tu vestido ahora arrugado.
Al día siguiente hablaría con los que nunca llegaron a la fiesta. No van a creer con quién estuve. Pero cuando salí del cuarto por algo de beber, oh, Marilyn desprotegida, abierta por debajo, los fantoches me rodearon en la cocina con sonrisas de sorna. Se salió de mis manos. Ellos querían tocarte también, lo sabía. No me dejaron ir a protegerte, cosa pequeña. Los diablos blancos nos comen las paticas. Duerme, duerme linda Marilyn, no los escuches. Aunque tú y yo estemos muertos desde hace tiempo, como el resto de las cosas.
Marilyn se iba y Marianne se quedaba sola. Todos los hombres le pasaron por encima, por adentro. Si alguna vez quise herirla, era yo, no los demás, ellos sólo pasaban el rato. Desde la cocina se escuchaban los gemidos de la litera. Uno por uno le fueron arponeando la misma herida. Pobre Marianne, dulce de leche. Te escribo todos los días. Nuestro cuento me da náuseas, pequeña, pero lo recuerdo a diario, como una indigestión, lo repito; cuando la colcha paró de gritar y las llamas dentro de las calabazas se apagaron, finalmente la película se acabó, Marianne, aunque no creas. Es una lástima.

Así ocurrieron las cosas. A veces le escribo, contándole las mismas cosas, aquello que vivimos juntos, como si ella no hubiera estado allí. Cuando hablo de ella termino hablando con ella. Espero que no te importe, bonita. Nunca supe quererte bien. Y claro que te parecías a Marilyn, Marianne. Quizá Marylin hubiera querido parecerse a ti.

Hensli Rahn -(2001)
El rock nacional tiene una sola vía:
Autopista Sur y entérate de los
próximos toques de esta original banda


Apendicitas

«Ahora hay dos idiomas que se están difundiendo a nivel mundial, uno es el angloamericano, que en un futuro próximo todo el Planeta utilizará como lenguaje comercial, de ciencias, de tecnología. El otro idioma es el español, que se está extendiendo en la Costa Este y Oeste de Estados Unidos cuatro kilómetros cada año. Esto es fantástico. Hay 5.000 idiomas en el mundo y no existe la traducción perfecta. Y yo me alegro de esto, porque hacen la vida mucho más interesante.»
George Steiner Entrevista realizada por El País de España

«Hay momentos en que odias a muerte a todas las chicas jóvenes con las que te cruzas, porque no te entregan su corazón y veinte mil libras de renta»
Jules Renard Diario. 30/10/1887

«Porque la cultura no es simplemente el lugar de la libertad humana sino también, y más frecuentemente, el lugar de su determinación»
Máximo Desiato De Naturaleza y cultura, artículo publicado en El Nacional

«[...] la contradicción y el error son los pilares de la sabiduría humana.»
José Sánchez Lecuna De El viaje Inefable

Néstor Bérmudez -(360)
Aprenda fonética alemana mientras descubre de dónde Néstor
saca las citas que llenan su sección en el Apéndice.
http://unheimlich.blogia.com/


Dnang Pahn

Escoger la víctima, preparar cuidadosamente
el golpe, vengarse implacablemente, y luego
irse a dormir. No existe nada más dulce en el mundo.

Stalin

Quitó el seguro de su última granada, la sostuvo en su mano tres segundos como le habían enseñado, la arrojó hacia el centro de la aldea y, agachado, esperó. La explosión alcanzó a dos señoras que guindaban sábanas en un tendedero, a un maestro que sostenía un montón de libros bajo el brazo y a un grupito de niños que lo seguían, formados en una fila de mayor a menor. Ninguno de aquellos desprevenidos pareció darse cuenta de la granada que cayó en el patio de la aldea Todos quedaron semicalcinados en el suelo. El maestro levantó la cabeza lentamente. Vio acercarse a los demás aldeanos, asustados y sorprendidos por la explosión. Lo rodearon y trataron de preguntarle qué pasó mientras las madres de los niños muertos lloraban al reconocer los torsos sin ropa de sus hijos. El maestro balbuceó algo incomprensible y volvió a apoyar su cabeza contra el suelo. Sus tímpanos se habían reventado. Entonces Dnang Pahn salió de los arbustos, metralleta en mano, y arremetió contra todos. No dejó a nadie vivo. Luego quemó la aldea entera.
No recordaba desde cuándo guerreaba por sí solo. Una emboscada de las tropas estadounidenses lo había dejado sin sus compañeros al este del país, cerca de la frontera con Vietnam. Se escapó corriendo perseguido por ráfagas de ametralladoras y detonaciones de mortero. Si acaso le dio tiempo de tomar un bolso repleto de municiones. Su habilidad para moverse rápidamente en la jungla le salvó la vida. Desde ahí aplicó técnicas especiales de supervivencia. Comía animales variados. Culebras, ranas, monos, roedores y uno que otro insecto. Por el agua no hubo de preocuparse. La selva de Camboya está rodeada de ríos, y por si fuera poco, las lluvias son constantes.
Dnang Pahn tenía veinte años cuando Pol Pot, el presidente para aquel momento, le entregó en sus propias manos, la pañoleta blanquinegra con la cruz blanca, comprometiéndose así con las líneas activas del Jemer Rojo. Después de unas palabras patrióticas que supuestamente alentarían el ánimo anticolonialista de los jóvenes para combatir contra “el enemigo oculto”, Pol Pot asignó las misiones correspondientes para erguir “La Nueva Camboya”. Dnang Pahn fue asignado a labores de mercenario en el este del país. La idea era exterminar todo signo de ideología consumista y occidental, dejando en pie únicamente al comunismo nacionalista extremo. Todo médico, todo abogado, todo periodista, todo profesional era fusilado, ahorcado o quemado vivo. Los campesinos corrían con mejor suerte y sin embargo muchos de ellos perecieron brutalmente al presentar oposición ante la política de Pot y del Jemer Rojo.
Dnang Pahn aún tenía fresca en su memoria la primera vez que asesinó a alguien. Fue en una misión de exterminio en una escuela de abogados. Desde las líneas de apoyo vio el avance de los primeros mercenarios. Un vigilante, armado con una macana de bambú, fue achicharrado con un lanzallamas. El pobre corrió encendido como bengala por entre las líneas del Jemer Rojo, se revolvió en el suelo tratando de apagar la flama hasta que no se movió más. Su cuerpo se consumió chisporroteando y crepitando. Luego los abogados y sus discípulos fueron sacados a empellones. Entonces todo el escuadrón avanzó y tomó por asalto el edificio entero. Inmediatamente, “los enemigos de la patria” fueron arrodillados frente a las paredes de los pasillos. El capitán al mando de la operación fue disparando en la nuca de cada estudiante. De pronto uno de aquellos aspirantes a abogado salió corriendo. Dnang Pahn y dos mercenarios más fueron tras él y lo agarraron a culatazos. Dnang Pahn sólo retenía en los recovecos de su memoria que el fugitivo era joven y delgado, y que se defendía rabiosamente dando patadas y contorsionándose, hasta que los repetidos culatazos lo dejaron paralizado e inconsciente, y finalmente sin vida.
Después el movimiento se hizo más serio y espeluznantemente más eficaz. Se crearon campos de concentración en los que los rebeldes y las personas consideradas amenaza para La Nueva Camboya, eran sometidos a trabajos forzados. Si no morían de inanición o enfermedades, morían en medio de repugnantes torturas o por ejecución caprichosa de los líderes jémeres. La prisión S-21 en Phnom Penh, construida alrededor de centenares de arrozales, fue el destino final de casi dos millones de camboyanos. Una verdadera hecatombe que bautizaría aquel maldito lugar con el nombre de “Campo del terror”. Dnang Pahn contempló todo como una inminente victoria para el Jemer Rojo en la cruenta guerra civil que se desarrollaba desde 1976.
Efectivamente, Dnang Pahn poseía plena confianza en el proceso de formación de una nueva Camboya. Por eso combatía ferozmente aunque ahora tuviese que hacerlo él solo y sus municiones fuera escaso. Muchas veces se preguntó por qué los demás mercenarios no habían organizado una misión de rescate. Seguramente, cuando lo encontrasen, el mismísimo Pol Pot lo condecoraría con varias medallas. Pero poco a poco se resignó al paso del tiempo. La mejor opción era internarse en la selva, perderse y esperar. En el entrenamiento le habían enseñado que los espías estadounidenses y vietnamitas estarían en constante acecho de innumerables maneras; y que cualquiera, hasta el más ingenuo campesino, podía ser un rebelde encubierto, o peor aún, un cómplice de las tropas invasoras. Así organizó unos cuantos ataques exitosos a varias aldeas, posibles cuarteles de los ejércitos contrarios.
Una noche, Dnang Pahn fue despertado por la luz de una linterna. Entreabrió los ojos y se encontró con el cañón de una escopeta apoyado en la punta de su nariz. El arma la sostenía un viejo campesino. Un adolescente con espinillas era quien le apuntaba la luz de la linterna justo al rostro. Otro anciano, detrás del de la escopeta, sostenía una guadaña en actitud amenazadora. Habían resuelto el misterio. Dnang Pahn no intentó nada y no ofreció resistencia. Los campesinos lo llevaron atado de manos a un puesto de guardias situado a unos pocos kilómetros. Dnang Pahn se sintió aliviado y explicó a los guardias sus peripecias y demandó insistentemente que lo llevaran a donde estaba Pol Pot. Los guardias no comprendieron.
A los dos días, Dnang Pahn fue enviado a la capital en donde se le enjuició por sus crímenes.
Se declaró culpable.
La sentencia fue pena de muerte. Una apelación por parte de algunos políticos franceses redujo la condena a cadena perpetua. Murió en prisión seis años después por complicaciones de una infección renal. Nunca recibió su medalla. Ni en el último día de su vida se le pasó la vergüenza por haber estado peleando, en 1981, una guerra que había terminado en 1979 debido a la ocupación vietnamita, dos días después de haberse quedado solo, como para siempre, en la espesa selva de Camboya.

Miguel Hidalgo Prince -(1984)
Si quieres explotar tu ocio un rato, o simplemente bajarte buena
música con reseña loca incluida, no dudes en visitar:
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Antes que el muro se desplome

El único recuerdo de Susan cercano a mí estaba barnizado de musgos. Me asomaba desde mi habitación y podía ver su silueta grafiteada en el muro. Un rostro bidimensionalizado, ecuestre, que parecía cabalgar la mirada hacia dentro de tus ojos, o los míos, o los de cualquiera que por allí caminase, muy a pesar de su córnea de cemento y nervios de ladrillos con filtraciones. Me ayudé, para dibujarla, de todas las fotos que le tomé antes de nuestra despedida, desde los ángulos más inimaginables. Susan Arub era su nombre. Susan Arub Zulaikhah Asalah su nombre completo. Terminé llamándola SAZA, con sus siglas. Le expliqué. Parecía no entender mi forma occidental de resumir un cosmos con cuatro letras, dos sílabas. Y SAZA aparece muy disimulado en su cabello, como la hilacha de una serpentina que se mete en los resquicios de los ladrillos. Abajo, a la izquierda, mi nombre sin vocales: Fbrc. Impronunciable. Recuerdo la textura de sus muslos y mis labios por ellos, un banquete dionisíaco sin precedentes para mis prematuras barbas. Cada sesión de fotos era la prefiguración inconsciente de este mural.
Al despertar, me asomaba a mi ventana. Y te observaba cómo el musgo cada día cubría más tus bordes, el cabello castaño, a la velocidad que se expande el moho por un pedazo de pan en la intemperie. Desde que en Coche prohibieron los aerosoles no he podido ir a restaurarte, a maquillarte y volverte a tus facciones primigenias. ¿La desconexión total puede existir en esta época? Tal vez en un país como el tuyo, sí. Tus datos los perdí en la aduana. Cuando los inspectores revisaron mis papeles (¿buscando qué?, ¿la fórmula para una bomba H?, ¿la clave secreta para contaminar con un virus un satélite espía?) y observaron el trazo árabe, el trazo persa queriendo ser un trazo castellano. Con las palabras escritas ocurre igual que con la voz acostumbrada a un idioma cuando intenta pronunciar una lengua ajena.


La mañana que me enteré que derribarían el muro y construirían un sistema de ventilación para el Metro, sentí que se me desplomaba algo dentro del estómago, como al uno enterarse que un familiar ha fallecido. Eran los muros que contenían el resentimiento del porvenir. Era la segunda muerte de Susan. La segunda muerte de las Susan replicadas.
Las fotos me las robaron cuando las llevaba para mostrar mi catálogo al Museo Cristóbal Rojas. Mi maletín, para cualquier ratero, contenía desde billetes, joyas preciosas, ipods, accesorios para computadoras, accesorios para celulares, relojes bañados en oro, armas químicas, podía contener cualquier cosa menos tres mil fotos de una misma mujer. Comprendí que el criterio de selección de un ratero suele parecerse mucho al de un inspector de aduanas.
A veces, cuando camino a un costado y cruzo puentes que se elevan sobre El Guaire, me parece ver mis fotos navegar en esas pantanosas aguas, mi SAZA de cartulina. Desmaterializada en las cañerías de la ciudad, y soportando sobre sí, el rumiar de una Caracas líquida y subterránea. Sé, tengo la certeza, que algún día recuperaré aunque sea una foto de las tres mil. He ido a tiendas de antigüedades, tan antiguas ellas mismas que son un artículo curioso y lleno del valor inconmensurable de la nostalgia: la manera tan frágil como un objeto recupera su valor y lo sobrepasa a medida que costras de polvo son removidas de su superficie. La suciedad es el barnizado de lo valioso. La restauración el arte más rentable.

Algunas otras fotos habrán ido a parar a manos. El incidente fue hace dos años. Lo más probable es que la cartulina con la estampa de la mujer que amé sea hoy periódicos y periódicos, cartones de leche o hasta cuadernos de primaria, cumpliendo un ciclo de reencarnación de papel. La mujer que amé está a punto de morir, de ser fantasma en mis recuerdos de medio oriente, de activista, de humanitario. De no haberme alistado para ese viaje estuviera a salvo. No lo creo. En la vida hacen falta heridas que no se cierren jamás, huecos que con dedos cenagosos siempre se estén como jorungando teclas mal encajadas en un piano, de las que emiten sonidos desafinados cuando se aprietan.
La solución que se me ocurrió fue precipitada. Me odié por pensar lo absurdo para salvar mi memoria sagrada. Podía hacer una réplica de una réplica. Tres horas. En un muro donde pudiera ver el muro de SAZA y la imagen de SAZA que cabalga de neurona en neurona. Ese muro era el costado de Bloque 4. El temor a que fuese pintado en pocas semanas o un par de meses era justificable. Una tinta indeleble, una tinta que no permitía errores de trazo se convirtió, por momentos, en mi arma para darle otra guarida a SAZA. La réplica de una réplica se pareció más a la SAZA de carne y hueso que, en inglés, me decía frases llanas y llenas de profecías glutinosas. Trabajar bajo presión también es rentable, más cuando emergen luces de patrullas que barren paredes y ansiedades.

SAZA descansa verticalmente en el costado de Bloque 4. Cuatro horas me llevó pintarla. Elegí para mi tarea un martes. O la madrugada de un miércoles a la una de la mañana. La tinta indeleble rozó mis manos. Y una mejilla. Y ese trazo fugitivo quedará marcado en mis pieles como la cicatriz de una batalla pérdida, no por el fracaso, sino por extraviada en el tiempo. Contengo el aliento cada vez que entro a Bloque 4. Es como ver en una pantalla la imagen invariable de tus pensamientos.
Terminé mi cometido a tiempo. Antes que el muro se desplome sentiré una cantera de ladrillos en mi estómago.

Mario Morenza -(11)
Los vídeos de los Fotorecitales animados
por este apendicista los puede ver en:
http://humario.blogspot.com/

Pánico


















Todo el nervio de las aceras
el del asfalto el de mi cama
el de la locura
el de mi padre
el de los periódicos
el de justo-ahora
Todos los nervios
El del mendigo el de la enfermedad el del televisor
El de los techos de zinc
Todos ellos
han hecho de mi cintura
el columpio de sus recreos
El tobogán de sus miserias

El parabrisas que olvida su existencia inanimada
Y persigue al turpial
Con fruición insólita
sadismo recurrente
aquello de querer verlo siempre
fracturado


El guardafango de la ciudad
sus semáforos
con todas sus avenidas
se estrellan en mi cráneo
y contorsionan mi vértigo
y me hacen doler
hasta las rayas amarillas de los estacionamientos


A pesar de las intravenosas
De los récipes de ansiolíticos
De la farmacia que afortunadamente
Siempre está de turno
De los médicos que sonríen y dicen tuviste-suerte-pudo-haber-sido-peor

Y ya no sé como rescatar la mirada
de los rines de los automóviles
de los manubrios de las bicicletas
El viento sopla en todas las direcciones
el viento no me ayuda
y las manos no me alcanzan
para oxigenar tantos escapes
para enhebrarme de nuevo en la corteza
alfiler tras alfiler
Ni aún todas las enfermeras
De todas las camillas del mundo
alcanzan a palpar este pulso de polyester
esta vena barata imitación de algodón
Ni aún todos los carretes de hilo de sutura
De todos los ambulatorios del mundo
Alcanzan a reconfigurar mi angustiosa bastilla











El miedo se arrebata en mí
En sus chicas del tiempo cotidianas
llanto de mercurio desbordado
pulpa de mango verde
desprendido de la rama
extranjero maldito de la sombra de su árbol


Puedo presentir el próximo golpe
El brazo certero de la china
Con toda la elasticidad de su guijarro
Con toda la puntería de su madera lacerante


He visto al miedo cabalgar
en motocicletas de papel de lijas
así como la muerte
giró a la izquierda sin-sentido
arrollando sus neumáticos irascibles
hacia los ojos del semáforo
que ningún conductor observa
Sólo el miedo
Se refleja en el retrovisor de mi espejo
Diluye mis trazos me deja sin nombre
nunca se cansa de cruzarme el elevado

Sólo el miedo
no se aleja del mal agüero de mi sino
no se marcha definitivamente
sólo el miedo
con los signos de su tránsito

Dayana Frailes -(7)

Texto indefenso






La tesis estaba lista. Mi trabajo de grado. El fruto de cinco años en la Escuela, y varias madrugadas frente al monitor. Casi un hijo, o hija más bien: la tesis. La imprimí en la HP de mi cuarto, y se le acabó la tinta a medio camino, así que las páginas finales salieron claritas.
En secretaría dejé tres copias, una para Barrera (mi tutor), y dos más para Gisela Kozak y María J. Barajas (el jurado, gracias). Mujeres muy queridas y temibles por igual. Esperé algunos días en vilo y me dateaba con Virginia y Diajanida. ¿Ya anunciaron el día de mi defensa? No, Greñas, tranquilo que el Concejo es el miércoles, te avisamos cualquier cosa.
Ya era parte del destino. No me veía obligado a defender algo desde el tercer grado, cuando otro niño osó meterse con el primo Olaf. Pero esto es otra cosa, pensé, responder por un texto, un objeto inanimado que supuestamente me representa.
Ahora, después de tanta corrección, párrafos tachados, tira y encoge, me vienen con esto. La prueba final: un último fuego. Al fin se precisó la defensa en el calendario. Los días previos a la fecha corrieron junto a las dudas y sus amigos los nervios. Sobre todo porque mi hija, Crónicamente Caracas, no era como las de mis compañeros, con teorías elevadas aplicadas a prodigiosos textos. La mía era más bien índole “creativa”, que llaman. Diez crónicas más una introducción teórica. Aparte de haber elegido un “género menor”, cualquier tesis inscrita en el Departamento de Talleres es vista con profunda desconfianza. Todos sospechaban del texto y de mí. De pronto, aquello que era yo, y también eso que llamaba mi hija, estaba indefenso. Y no sería tan fácil responder como la vez del primo Olaf.
Alguna vez pensé, mamá, ¿en qué problema me he metido? Yo sólo quería que te sintieras orgullosa con un hijo profesional. Veo que será más difícil de lo que pensaba. Tantas cosas que pienso y no me atrevo a decirte. Algunos dicen que en la cavilación está la fuerza. ¿O es en el rezo? Repito esa frase constantemente, porque aquí lo que se esconde es el miedo. No te asustes, ya saldré de todo esto.
Una amiga me explicó varias veces, y entendí que el día de la defensa no sería un matadero, sino la reunión de tres profesores y un tesista en la Secretaría de la Escuela. Allí tendría que dar una exposición rigurosa de 45 minutos, y argumentar ante cualquier pregunta del jurado. Así que escribí un monólogo. Primero que nada, tenía que explicarles cómo diablos se me ocurrió la tesis (formulación del tema). Luego las lecturas que hice (investigación bibliográfica). También lo de cómo escribí las crónicas (proceso de escritura y creación). Las dificultades que encontré en el camino (limitaciones). Y por último, las fortalezas y debilidades de mi propio trabajo (autocrítica). Al final agregué un parrafito de lo más bonito, a ver si burlaba toda esa solemnidad académica con una morisqueta.
Aquello había salido gracias a mis conversaciones con la memoriosa Diajanida –compañera en Letras, de extrema finura y capacidades superiores. Pero hoy no confiaría en lo que creí haber escuchado. Su voz sonaba como un pájaro incrustado en el bosque. Yo sólo caminaba en círculos tratando de acercarme a la fuente del canto. Era de día y a veces las hojas de los árboles admitían jirones dorados en la tierra. Yo andaba sobre ella empapado de luces caprichosas, persiguiendo una trenza de voz perdida. Las reverberaciones eran muchas. La certeza, rara.
De manera que la hija, mi tesis, seguía indefensa. Había pretendido demasiado con un monólogo. Un texto no podría defender a otro texto. Sólo una voz que saliera de un cuerpo visible podría intentarlo. En el bar, Miguel dijo que al terminar un texto no volvía sobre él: deja que el texto se defienda solo. Pero ese proverbio alarmante y verdadero, muy a mi pesar, no se aplicaba al caso. Era un asunto de credibilidad, ya se habían escrito demasiadas palabras. Lo que querían era un rostro, algo físico y verificable. Algo que no se perdiera; ni luces, ni bosque.
Mamá, ¿adónde me llevan? Yo sólo quería escribir un poco. Precisamente para evitar cualquier pupila. Están buscando el culpable. Veo que será más fácil si me entrego de buenas. Cuando salga de esto te contaré todo desde el principio y más. ¿Sabes en el cine, cuando alguien piensa, y su voz es un eco? La mía no suena así. La escucho perfecto. En cambio, los sonidos de afuera sí se confunden y se vuelven nada. Quizá cuando te hable por fin, me diluya en el aire yo también.
Las mariposas en la boca del estómago, estaba seguro, eran de la muerte. Vendría a buscarme en cualquier momento. O yo iba hasta ella, en la cámara de gas de la Secretaría. Pensé en mujeres hermosas, que son un alivio siempre, aunque después no tanto. Pero seguí pensando: algún pájaro. Cosas por escribir. El clima y los aviones.
Ese día final aparecí en chaqueta de flux y zapatos de goma. En un corre-corre sospechoso estaban María J. y Alberto Barrera Tyszka estaban. Con su tono golpeado se me acercó: tranquilo, vale, todo va a salir bien. Y las cosas se desvanecieron por un segundo o varios más. Todo lo que ocurrió a mi alrededor después fue una gran masa. Una gran cosa indivisible que se estrujaba sola. Se movía hacia los lados, respiraba. Pero mi monólogo estaba impreso y frente a mí. Lo revisé para hilar una idea con otra. Comencé a hablar de un tirón. Y mientras lo hacía, creí mantener los ojos afuera de la hoja. Lo indistinguible. Hablé sin parar y no había nada. Me escuchaba perfectamente, palabras extrañas como discursivo, heterogéneo, referente; muletillas inesperadas, honestas; ideas ambiciosas, términos estirados: hibridizante, historiográfico, parodiado, estructura; alguna grosería blanca, cosas del habla, y voces marginadas, crónica, literatura.

Salí bien. El veredicto estuvo a mi favor. Absuelto de cualquier crimen prosístico, mi trabajo estaba hecho. Me estudié el libreto. Cumplí con el papel. Dijeron que había sobresalido. El fruto de cinco años, que en realidad son más, pero uno dice cinco años. María J. me dio su ejemplar de la tesis para que corrigiera detalles. Barrera, un apretón de mano y la mitad de un abrazo. Gisela, beso, y: casi no puedo leerla, chico, mira esas páginas están demasiado claritas. Mi HP no tenía casi tinta, profe. No, chico, pero está muy bien igual.
Mamá. Mamá:
—Menor, literatura menor, según Lobo Antunes.
—Cabrujas no era un escritor, sino un intelectual.
—¿Estás de acuerdo con que Ibsen Martínez utilice un espacio público, una columna de periódico, para insultar de vez en cuando?
Yo les dije que sí, tal vez y no, respectivamente. Aunque la pregunta era una sola.

Hensli Rahn -(2001)

Invitado: Adriana Bertorelli



















El fantasma de Miss Departamento Vargas
insiste en perseguirte
buenísima,
brutísima,
te persigue por el cuarto de hotel
mientras se quita la ropa
o él se la arranca
y ella a él,
brutísima
pero animosa
y tratas de no pensar en lo mil veces temido
de no ver
lo que nunca tendrás.
Y te imaginas la escena
con una celeridad pasmosa:
el hombre que has querido conocer
y apenas has conocido
en el sentido más bíblico
está allí,
con el ombligo perfecto
y la ilusión de luchar
por la infancia abandonada
de la buenísima brutísima
pero briosa
y lo escuchas gimiendo, pidiendo, acabando
siempre más que contigo.
Y Miss Departamento Vargas
no tiene idea
de quién es Calderón de La Barca
o tal vez le suena
aunque no lo ubica.
Y Miss Departamento Vargas
tampoco tiene idea
de quién es ese hombre
y no le importa
y a él tampoco
y están allí,
quitándote desde hace tanto
lo que no es tuyo.
Y te persiguen por el jacuzzi,
por la cama en forma de almeja
por los pliegues de satén
por cada gota de sudor y cada jadeo
y la odias con toda tu alma
y lo odias con toda tu alma
y te odias con toda tu alma
y piensas de nuevo
qué desgracia ésta
la de tener sensibilidad.

Adriana Bertorelli

Apendibistrot


Pasta Los Tres Mosqueteros

Annabel Petit nos presenta a Rotsen Zambrano, Chef exclusivo de El Apéndice de Pablo, que nos trae directamente desde su cocina un plato exquisito, por primera vez recetado en blog alguno y que hará saborear la literatura desde otro punto de vista.








Ingredientes:
-500 gramos de cualquier pasta corta (plumita, tornillo, etc.)
-200 gramos de champiñones.
-Una lata de maíz entero.
-350 gramos de pollo cortado en cubo.
-1/2 litro de leche.
-Una cucharada de maizena.
-Sal y pimienta.
La pasta se cocina durante 12 minutos con agua hirviendo.
Luego colar y reservar en un recipiente aparte.


Paso 1

La pasta se cocina durante 12 minutos con agua con agua hirviendo, luego colar y reservar aparte.


Paso 2

En un sartén, sofreír el pollo. Con una cucharada de aceite, añadir los champiñones y mover enérgicamente. Añadir el maíz junto con la leche y, al momento de hervir, bajar el fuego para echar una cucharada de maizena disuelta en 3 cucharadas de agua. Corregir el punto de sal y mezclar la salsa con la pasta al momento de servir y on guard!!!